Para mí, las estaciones en Santiago están bien marcadas. En
agosto, algunos árboles se ven sin hojas. Sus tallos, de un color negro, los hacen parecer enfermos. El viento parece doblegarlos. Sin embargo, siguen allí., esperando la primavera para resurgir. Yo
me pregunto ¿porqué siguen allí? ¿Por qué sufren todos los años este terrible
invierno?
Su permanencia, caso masoquista, es engañosa. Y es que en su
resistencia está su adaptación. Aquella que con los años les permite cambiar
ante las circunstancias. Soportar, resistir para luego reverdecer.
Han soportado casi todo con los años, incluso el incremento
alarmante, para algunos, de la contaminación.
Desaparecerán, tarde o temprano, adaptándose a sus últimas condiciones y morirán de pie.
Por ahora pienso en que la resistencia de los árboles es
algo compartido con los humanos, no es la resistencia a los cambios, sino la
que hace que los principios prevalezcan: aquella que te lleva a abandonar lo
desagradable, a dejar ir lo que te hace daño y a plantar los pies en la tierra para
alzar el rostro ante lo injusto.
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