Un viejo dicho enuncia “yo ya no soy yo, al menos no soy el
que antes fui”, parecería que por ratos vamos votando pedazos de nuestro ser y,
con cada trozo caído, vamos incorporando nuevos patrones, nuevos anhelos; la
idea de “dejar lo feo y que aparezca el querube” no es otra cosa que sobreponerse
a esa vieja versión nuestra: aquella en que estuvimos a merced de las
circunstancias y que es sustituida, inicialmente, por la esperanza.
Todas las versiones de mí, que hoy pueblan mis memorias, no
son otra cosa que añoranzas de un hermoso pasado que espero regrese un día. Sin
embargo, la aceptación de que mis otros
yo, de otros contextos, fueron versiones propias de su tiempo, que hicieron lo
que pudieron, construyendo y destruyendo a su paso, es lo que hoy permite sentirme vivo.
Y así, con cada camino no tomado, y con cada esperanza que
aún guardo, me construyo. Y por ratos, la incertidumbre por el futuro nubla la mente; pero es precisamente esa agonia la que, más temprano que tarde, llevará a ponerse de nuevo los zapatos de payaso
y a retomar la espada de madera y con ellos salir no a buscar esa estabilidad
sino a construir nuevos mundos y a crear cosas bellas que nunca han existido. Esa
es la razón de mi fe y que, con la ayuda de Dios, hará que la energía vital que mueve el
multiverso llegue a mí ser hasta agotar existencias.
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