En este territorio donde el agua de lluvia limpia la sangre de
la imprudencia, la delincuencia y la indiferencia, y donde, cada día, te recibe
un mundo de prepotencia, racismo y enajenación, el espíritu se acongoja y la desesperanza llega, como llegan esas
noches oscuras de invierno. Y, a pesar
de ello y de muchas otras cosas más, aún hay razones para persistir.
Aún quedan los pies fuertes, y los ojos tranquilos ante la
mirada fría del despiadado.
Aún quedan las sonrisas, los amigos, los intensos juegos en
tardes de parque y locura.
Aún quedan los luchadores y luchadoras, los del día a día, los
y las de madrugadas de trabajo y de marcadas cicatrices.
A estas horas, yo te espero. Inmutable ante el mundo, con la
esperanza de verte. Te transformas en la razón de la constancia.
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