Mandela llegó a mi conocimiento en Taiwán, a través de personas Africanas en un entrenamiento laboral, hace ya
algunos años. Años después, tuve la
suerte de recibir de regalo el “Largo Camino Hacía la libertad”, autobiografía que
relata con datos precisos sus concepciones y su transitar por este ajetreado mundo.
Escribir y pensar sobre Mandela es agradable y tortuoso, y más si se pretende desmitificarlo,
como persona, y pensar en sus acciones de forma integrada y, aún más, si se
quiere razonar sobre las implicaciones de dichas acciones para el ejercicio de
soñar en una comunidad con acciones humanas más honorables.
Mandela fue parte de
todo un movimiento institucionalizado y organizado. Si bien el motor de su accionar fue el
encuentro con su destino, iniciado con su renuncia a su destino trival, aspecto
no menor en la sociedad africana; sus acciones encontraron un campo fertil,
como él lo relata, en el Congreso Nacional Africano (CNA) y
en otras organizaciones que llegaron a agrupar a buena parte de la sociedad Sudafricana y Africana. En el caso de Guatemala, falta avanzar en las instancias legitimas de
carácter nacional (no necesariamente los partidos políticos) y en el como
estas, de forma institucionalizada y organizada, pueden traducir, representar,
y potenciar de intereses civiles.
La participación civil organizacional fue efectiva promoviendo, entre otras cosas, la paz en medio de la efervescencia social. Mandela relata en su libro que un detonante de su accionar fue la gran marcha, aquella donde cientos de miles marcharon, hace ya 50 años y donde miles de Zulus fueron asesinados. Cabe recordar que las circunstancias de esos años implicaban la separación racial (apartheid) y que ante tales horrores humanos la violencia era común. Mandela mantuvo su espíritu pacificador siguiendo las ideas de otro gran africano: Mahatma Ghandi. En Guatemala nuestros contextos actuales demandan organización, si bien existen grupos radicales, también existen muchos pacíficos. Si bien existen males detestables, como el racismo, también existen mecanismos de defensa institucionalizados.
Mandela fue un pacifista integral tanto en la dirigencia del CNA y en sus años de prisión. La coherencia es algo personal y sus implicaciones son directas. Creo que en Guatemala, desde la política hasta la familia, impera un enfoque en lo material basado en una lógica individual en detrimento de lo comunitario. La base del centrarse en lo individual pasa por el prejuicio de reconocer en los otros la intención de sumarse a un proyecto conjunto.
Y es en este último aspecto es en el cual radica mucho de la fuerza
del liderazgo de Mandela. Si bien es difícil conocer y valorar desde occidente su vida
personal familiar, cualidades como la esperanza, la coherencia, la búsqueda de
la paz y la igualdad, estuvieron siempre presentes. En nuestra querida
Guatemala acostumbrada al transfuguismo político, la improvisación, el “ninguneo”,
se extrañan estos líderes. Es en esas añoranzas donde radica nuestro propio largo camino hacia
la libertad, ya que se nos ha demostrado que un muchacho de una tribu,
destinado a perpetuar el estatus, pudo abrir la oportunidad para que toda una
sociedad pudiera avanzar contundentemente en el camino de liberarse del
prejuicio y el racismo, camino que aún sigue siendo largo, pero ya se ha avanzado.
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