sábado, 10 de mayo de 2014

De mi madre y abuela sebas

BCuando tenía entre cinco o siete años, mi madre regresaba todos los días del mercado, a eso de las cinco de la tarde. Después de un día de ventas, siempre la esperaba, recuerdo que al bajar su canasto, con el que hábilmente caminaba por el pueblo, siempre había un banano de seda, como se identifica a esos pequeños bananos muy comunes en nuestro querido y caribeño país.  Dicha situación se repetía sábados y domingos, ya que en los mercados se desconoce el trabajo de semana inglesa, a lo cual nos acostumbra la modernidad del sistema fabril de trabajo.

 

Por aparte, en casa siempre tuvimos animalitos, de allí que parte de mis tareas era alimentar a marranitos, pollos, loros, patos, gallinas, perros, gastos y otros más, negocios que eran compartidos entre mi madre y padre. Doña Paula acostumbra usar gabachas pegadas, lo que contrastaba con las de mi abuela, que siendo comerciante migrante, acostumbraba usar gabachas grandes para portar muchas cosas que la ayudaran en sus largos viajes que comenzaban con el cargue de venta en las camionetas entre semana, tipo 4 de  la mañana, y, con ello, emprender el camino hacía Cuilco, lugar donde pasaba tres o cuatro días, generalmente viernes para regresar lunes.

 

Mi madre llamaba mama a mi abuela, y lastimosamente no se dejó guía por el mal camino; a pesar de que siempre tenía su ron, pagaba los mariachis y agarraba cada poco camino rumbo a Guadalajara, mi madre, con su carácter  reservado, nunca pudo mamar la forma de vida de mi abuela, nunca fue buena para los tragos, ni para aventurarse por caminos inciertos. Siempre se quisieron y admiraron; ahora creo que buena parte de ello es que siempre mi madre le agradeció a mi abuela que le enseñara el oficio del negocio y que después le dio la libertad para que hiciera de su trabajo una forma de vida independiente, lo cual también creo que forjo, con los años, una convivencia independiente pero complementaria.

 

Mi abuela falleció hace unos 10 años, con sus 93 añitos nos dejó influenciados a todos, mato de dos patadas los constructos de mujeres abnegadas, sumisas ante sus parejas y capaces de superar el convertirse en seres dependientes y sin juicio; ahora también pienso que en algún momento de su vida reflexiono sobre su viudez y del efecto que el maltrato físico de mi abuelo le había causado, de allí debió haber sacado las agallas para hacerse cargo de sí misma: con responsabilidad desde luego, pero sin condenas eternas, con hijos sí, pero con valor de su propio ser, ya que sin estar bien era imposible que ayudara a los demás. Un mujer libre cuyos restos físicos fueron sepultados en el cementerio general, junto a la comunidad y que por azares del destino, unos pocos años después, se hicieron acompañar de los restos físicos de  mi madre, ya que fueron sepultados a su par hace ya unos 8 años.  

 

Hoy espero que, donde quiera que sea que estén, ya mi  madre haya aprendido algunas buenas mañana y que juntas sus espíritus retocen entre mariachis, gritando “aquí vino porque vine, a la feria de las flores” y que por ratos se encuentre con sus hijos ya fallecidos, plenos de felicidad y con buen carácter ante las angustias.


 

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