Después de varios años fuera de Guatemala, al poner un pie
fuera del aeropuerto, por un momento, uno siente que se introduce en una selva plagada de abominaciones y desmanes. Después
de 15 meses no he sido víctima de violencia física en su sentido criminal, los estereotipos
y miedos que llegaron a mi mente esa mañana al regresar a este país, cedieron
su lugar a la tranquilidad de lo cotidiano. El miedo instalado puede ser
manejado por la prevención y sobre todo por la fe en las personas buenas, que
prevalecen en este conservador país. Algunas cosas fueron importantes para
ello:
Prestar poca atención a las noticias amarillentas de los medios de información: Como me anticipo alguien de la policía en Guatemala, la violencia conocida tiene un componente de percepción que se nutre por lo que vemos; meterle a la cabeza titulares de criminalidad aumenta la percepción de violencia. En un extremo, uno puedo gestionar la percepción y sentirse seguro, aún en condiciones adversas. De esa cuenta que me entero de hechos criminales, pero no enfatizo en ello.
Reducir el incentivo a ser sujeto de robos. Las señoras de la cuadra en mi pueblo sabían bien que andar en la calle exponiendo lujos es un incentivo para los asaltos; en términos de la urbanidad que conozco, esto quiere decir carros de lujos, hablar por celulares en la calle, usar accesorios de alto precio, etc. Me movilizo en Guatemala en un auto sin vidrios polarizados e incluso los ando bajos y tomo ciertas precauciones como el no quedarme en semáforos en rojo en ciertos lugares. Si bien en el “deber ser” uno podría andar como le dé la gana, hay que interiorizar ciertos costos que impone la violencia
Confiar en la gente. Contrarío al discurso, sigo teniendo fe en que prevalece la gente buena.
Y bien, Guatemala sigue siendo para mí un “pueblon”, me
encanta ver a las personas haciendo cosas simple en la zona uno y los niños
jugando pelota en la calle frente a mi casa. Manejo mi bici recurrentemente
para comprar las tortillas y el pan. Y sin sentir la violencia, aún encuentro
cierta frescura en lo cotidiano y así me rebelo ante el discurso instalado. Triste
saber lo que le pasa a otras personas víctimas de violencia, pero ese
sentimiento también puede gestionarse dándole duro al trabajo y mejorar la
efectividad lo que se hace a diario.
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