martes, 16 de diciembre de 2014

Buen gobierno: hacía una agenda económica para la calidad de gobierno, la gobernanza, la rendición de cuentas y la transparencia. Nota I. Algunos datos situacionales para Guatemala

A raíz de la aprobación del presupuesto público, varias publicaciones analizan la política fiscal desde el lado de la transparencia, pareciera que por momentos privará una visión de auditoria gubernamental más que un enfoque  económico. En esta serie de  post al ver las reglas de juego que gobiernan la arena de política fiscal, busco decantar medidas de política pública y, muy a los “tres veces centenario”, resaltar  el determinante rol activo de los ciudadanos (o de las personas pues) minimizando el rol de jugador/a pasivo que se le ha conferido.  Como antesala, las medidas de política buscadas para una agenda de buen gobierno requiere de visiones de otras disciplinas, considerando que el modelo gradualista de política  pública en Guatemala necesita nuevos brillos.
De acuerdo al proyecto de presupuesto presentado al Congreso, las perspectivas en materia de ingresos no son alentadoras, para el 2015 estaríamos rondando cargas cercanas al 10.5 con tendencias al 9.8% en 2017 – sin incluir el efecto de los nuevos impuestos-; en un marco de contención del servicio de la  deuda, en el mejor escenario,  la ampliación de servicios sociales sería prácticamente nula, salvo el menoscabo de otros sectores. Lo anterior sumado al efecto inflacionario, un espantoso servicio de la deuda por roll over en 2015, y las características propias del año electoral, llevan a preguntarse ¿Cómo hacer mejor lo que se necesita hacer en un contexto de intensificación de la restricción de recursos?[1].  Hasta hace 15 años, la respuesta a la anterior pregunta se centraba en la agenda de calidad de gasto, impulsada fuertemente por la agenda de resultados, las evaluaciones de estas agendas han llevado a buscar otros enfoques; pero bueno, en otros post se abordarán estas discusiones.

Para empezar por el principio y poner los pies en la tierra, es conveniente “tratar” de  dimensionar o al menos cualificar estos fenómenos. Los datos para Guatemala son un poco difusos y debe echarse mano a estudios internacionales, entre los cuales sobresalen los relacionados a gobernabilidad, índices de corrupción e índices de gestión pública.

Siguiendo los indicadores de "Gobernanza" y comparando Guatemala con Latinoamérica: 1) Salvo en capacidad regulatoria, el nivel es inferior en todos los rubros; 2) en “voceo” y rendición de cuentas, la mejora de 2008, respecto a 2003, quedó elimina al 2013;  3) en efectividad de gobierno, que mide la calidad del gasto indirectamente, va de mal en peor, a 2013 estamos en nuestra peor posición; 4) en el “rule of law”, históricamente seguimos bajos. Los datos se muestran en la gráfica y es fácil notar que en 3 aspectos relacionados a una agenda de buen gobierno se necesitan formas creativas de abordaje.



En materia más amplia, Latino barómetro es un referente clásico para comparaciones. En el último estudio disponible se repiten los patrones observados en Guatemala: i) ubicarse por debajo de la media latinoamericana en la mayoría de rubros; ii) problemas centrados en áreas “económicos” y de violencia; iii) la corrupción aparece entre los principales problemas.  

De esa cuenta, el reciente informe de transparencia internacional ubica a Guatemala entre los países con alta corrupción política con un punteo de 4.1.

               
Al igual que estas estadísticas, existen otras como las relacionadas a gobierno abierto y transparencia presupuestaria, en general los resultados son los mismos, más menos ciertos matices.

Retomando, como todo fenómeno complejo, una caracterización del “buen gobierno”  en Guatemala solo es aproximada, conforme se describen posibles partes. Otros factores son necesarios de incorporar, como ciudadanía y la disposición a participar. Dicha incorporación es un reto conceptual en tanto tal definición sea necesaria para delinear futuras líneas de política, lo cual también se abordará en otros post.





[1] El problema microeconómico sería de alteración de la función de producción en pocas palabras, si no se modifica la restricción institucional, caso contrario sería la misma función pero con nuevas restricciones institucionales.  

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